Elvira llena de voces
“Mi abuela, un personaje que ejercía gustosamente el don de los de los proverbios, solía decir que “nunca hay quinto malo”. Hoy, al celebrar la aparición del libro número cinco de Elvira Rodríguez Puerto: Estrategias de una mujer madura, tendremos que aceptar que ese presagio se ha vuelto una confirmación. Elvira nos viene a entregar con este libro una serie de instantáneas psicológicas y visuales cuyos personajes se dan la mano, se arremolinan entre líneas. Al leerlo me lo he imaginado como un lugar de encuentro y de citas. Sus encrucijadas abren perspectivas para que en él nos topemos con la imagen sorpresiva, el lenguaje preciso, la silueta añorada. Aquí vemos aparecer, y desaparecer, como en medio de un remolino de acciones y de voces, a las tías, las abuelas, las madres, las viejitas católicas que nos regañan, la niña que de grande quiere ser prostituta, las muñequitas de trapo, la mujer con una paloma en medio de las piernas, las niñas que se orinan en las sábanas, los collarines, las cosquillas, las risas, el amante, el marido –el muy hijo de puta– el que quiere comprarse un auto. Se habrán percatado que la mayoría de estos personajes son figuras femeninas. No es gratuito, la obra de Elvira se sitúa en esa difícil y lenta marcha que ha abierto espacios para que las voces de las mujeres tomen su parte en el coro literario. Las personajas (¿por qué en español decimos personajes y no personajas?) practican la primacía de la palabra. Son ellas las que, en un doble sentido, cuentan. Es decir, ellas son las importantes y las que relatan. La entonación de sus voces, su lengua adolorida y a veces fracturada en frases que pierden el sujeto o que lo dejan a la imaginación del lector, nos deja varias impresiones: la sensualidad y la amargura, el deseo y la frustración, los sueños y la realidad, la piel y la vista. De esta caja de sorpresas yo recomiendo se frecuenten dos relatos: el del payaso que, en la “viva y venenosa” calle de Obispo, invita con una mueca agria a tomarse una foto. Bergson decía que la risa es el inicio de la melancolía. Con este payaso, cuyo olor de pies asusta a cualquiera, vemos confirmada la sentencia. O el otro relato en que Lula, la personaja, se pasea por las calles habaneras añorando una navidad y ofreciendo su placer y su cuerpo; Lula que festeja su cumpleaños con una cena. En ella el cuerpo es la fiesta del deseo. En fin esa mi elección, habrá quien prefiera otros relatos. Lo cierto es que aquí pesan y se vislumbran las figuras de una isla, de una Habana, de sus calles y el malecón, que como todo viajero, siempre llevamos en los bocetos de la memoria. No digo más, mejor los invito a que preparen el oído y lo agucen para escuchar los relatos de Elvira tan llena de voces.”
Se hizo una breve pausa. Nuevamente el ruido de los autos de la Skalitzer Str. se mezcló con nuestro silencio. Nos volteamos a ver y vino entonces la lectura de Elvira. Nos reconcentramos en nuestros asientos. Escuchamos uno a uno varios relatos. Yo volví a disfrutar la historia del payaso de la calle de Obispo. Nos detuvimos en peticiones especiales. Oíamos las historias y nos imaginábamos La Habana, sus calles, sus personajes. Elvira leía y nosotros, cada uno desde el silencio de su evocación, se representaba las escenas. Poco a poco el bar se fue transformando en el valle de los cabreros. Nada importaba. Todo el ambiente se llenaba de relatos. “Dichosa edad y siglos dichosos aquellos...”. Al final, después de oír y disfrutar varias historias, cada quien tomó rumbo a su casa con la satisfacción de haber cumplido con el ritual de la lectura. Era tarde y la imagen de los cabreros, atentos a los relatos del Quijote, me obsedió por unos instantes.
foto: javier buergo, 2007, Berlinale